sábado, 25 de enero de 2014

LA PERSONA DE CRISTO

Seis aspectos de la personalidad del Señor


Palabra eterna del Padre, Estrella de la Mañana. Cordero de Dios, Sanador, Salvador, e Hijo del Altísimo. Estos son solo algunos de los nombres que podríamos atribuir al Señor Jesucristo, y cada uno de ellos es una expresión de su gloria insondable. Pedimos a algunos de nuestros escritores que escribieran breves meditaciones sobre seis aspectos de la personalidad del Señor Jesús. Cristo como Testigo, Profeta, Intercesor, Guerrero, Sacerdote y Rey.

Testigo (primer aspecto)

Porque Él reina sobre el universo, no es ninguna sorpresa la larga lista de nombres con que describimos los oficios del Señor. Rey de reyes, Señor de señores, el Alfa y la Omega —la lista es extensa. Pero uno nuevo que encontré hace poco despertó mi curiosidad. Entre las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento, Cristo es llamado “testigo a los pueblos” (Is 55.4). Jesús aceptó este título en el diálogo que tuvo con Poncio Pilato, al decir que había nacido para dar testimonio de la verdad (Jn 18.37).
En respuesta a esta afirmación, Pilato le preguntó a Jesús: “¿Qué es la verdad?”, pensando tal vez que la palabra era un poco vaga (v. 38). Por supuesto, nada de lo que corresponde a la realidad palpable está incluido dentro de esa categoría. Pero, ¿qué “verdad” fundamental anunció este Testigo a lo largo de su ministerio?
Tengamos en cuenta que antes de la crucifixión, el “plan de salvación”, como solemos llamarle en los folletos de evangelización, no estaba listo para ser impreso. Sin embargo, no vemos a Cristo sin saber qué hacer por falta de material para “testificar”. Él tenía mucho que decir, y a menudo se refería a un interés más fundamental: nuestras imagen errónea de Dios.
Cuando permitimos que el concepto de Dios sea distorsionado, justificamos nuestra rebeldía contra Él. En el Edén, por ejemplo, la serpiente le dijo a Eva que el Creador prohibió comer del fruto por temor a que ella descubriera su propio poder divino. Al aceptar esta mentira de que el Altísimo era alguien egoísta e inseguro, Eva desconfió de los propósitos de Dios y por eso lo desobedeció, creando así una herencia de pecado. Pero Dios, que nunca estuvo dispuesto a abandonar a las personas, tenía un plan para redimirnos, un plan que involucraba la reiterada revelación de su bondad.
Entonces hizo su entrada en escena Jesús, la imagen del Dios invisible. Lleno de gracia y de verdad, vino a dar testimonio de la naturaleza del Padre. Mientras que la cultura que rodeaba a Jesús creía que la riqueza material era evidencia del favor divino, su testimonio como la Imagen Verdadera demostraba amor por los pobres, y deseo entrañable de estar entre ellos. Cuando los fariseos argumentaron que sanar en el día de reposo estaba prohibido, esta Imagen Verdadera dio por hecho que había una prioridad mayor: las personas. Jesús las amaba, comía con ellas, lloraba por sus sufrimientos, curaba sus enfermedades, y siguiendo la dirección del Padre, destruyó la obra de Satanás en sus vidas (8.28).
Al resumir su ministerio, Jesús le dijo a Felipe: “Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais” (14.7). Los Evangelios ponen atención especial a cómo trataba Jesús a las personas, y a los aspectos del ministerio a los que Él daba prioridad. Frente a la mentira de Satanás en el Huerto, Dios quiere su bienestar y bendice a quienes andan con Él.