domingo, 13 de julio de 2014

LA PERSONA DE CRISTO COMO PROFETA

Profeta

La palabra profeta se deriva de dos palabras griegas: pro, que significa “antes” y “para”; y phemi, que quiere decir “declarar o hablar”. Quizás por el origen de la palabra, la gente cree que la única tarea del profeta era predecir eventos futuros. Sin embargo, el oficio normalmente exigía mucho más. Algunos llevaban advertencias de juicio a la nación, mientras que otros transmitían mensajes acerca de la voluntad de Dios, con frecuencia a reyes. No importaba cuál fuera el auditorio de los profetas, todos ellos tenían que confrontar a quienes los oían, y amonestarlos a abandonar el pecado y la idolatría (Jer 18.1-11). Muchas veces, enfrentaron la persecución, la cárcel o la muerte.
La unción del Señor era lo que distinguía a los profetas, y lo que les daba autoridad. Y es por su singular unción que Jesucristo ocupa y supera este rol. El apóstol Juan escribe: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios… Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Jn 1.1, 2, 14). Jesucristo no se limitó simplemente a llevar la palabra de Dios como los otros profetas. Antes bien, Él es Dios manifiesto, y todos los que lo vieron y oyeron, vieron al Padre (Jn 14.9).
Dios le dijo a Moisés: “Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare” (Dt 18.18). Jesús, el cumplimiento de esta profecía, revela directamente no solo las palabras del Padre, sino también su carácter y su voluntad. Totalmente Dios y totalmente hombre, el Señor Jesús sirve como el mediador definitivo entre la humanidad y lo divino. También cumple a cabalidad las tres funciones principales de un profeta: maestro, vidente y portavoz del juicio de Dios.
En todo su ministerio, Jesucristo enseñó con autoridad propia, y fue llamado maestro tanto por sus discípulos y el pueblo, como por el joven rico que reconoció su autoridad (Mr 10.17). Predijo grandes acontecimientos, como la destrucción del templo (Mr 13.2) y la negación de Pedro (Mt 26.34). Todo juicio le es dado por el Padre (Jn 5.22), y como nuestro profeta eterno, Él será quien juzgue a las naciones según sus obras (Ap 22.12).
El mismo Jesús que caminó con Pedro y Mateo nos acompaña hoy. El Salvador que alimentó a cinco mil personas sigue siendo el Pan de Vida para todos los que creen en Él (Jn 6.35). El que está sentado a la diestra del Padre sigue sirviendo como nuestro profeta, llamándonos al arrepentimiento y al gozo eterno de la salvación.



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