domingo, 7 de julio de 2013

FE


Lee: Mateo 15: 21-28

Jesús se dirigió de allí a la región de Tiro y Sidón. Y una mujer cananea, de aquella región, se le acercó, gritando:--¡Señor, Hijo de David, ten compasión de mí! ¡Mi hija tiene un demonio que la hace sufrir mucho! Jesús no le contestó nada. Entonces sus discípulos se acercaron a él y le rogaron: --Dile a esa mujer que se vaya, porque viene gritando detrás de nosotros. Jesús dijo:--Dios me ha enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Pero la mujer fue a arrodillarse delante de él, diciendo:--¡Señor, ayúdame!  Jesús le contestó:--No está bien quitarles el pan a los hijos y dárselo a los perros.  Ella le dijo:--Sí, Señor; pero hasta los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos. Entonces le dijo Jesús:-¡Mujer, qué grande es tu fe! Hágase como quieres. Y desde ese mismo momento su hija quedó sana.


MEDITACIÓN

Jesús se sorprende y se regocija con la fe de la gente en más de una ocasión en el Evangelio, la mujer cananea de este pasaje pide con la confianza y seguridad de que Dios le concederá lo que pide. Nuestra fe debe de estar atada a la convicción de que Dios es compasivo y misericordioso, conoce profundamente nuestras necesidades y siempre está dispuesto a escucharnos en medio de todas nuestras tribulaciones. Nuestra fe se sostiene en la certeza de que Dios obra milagros en nosotros y en las personas que nos rodean. Nuestra fe se vuelve fuerte e inquebrantable cuando nos abandonamos en oración en las manos de Dios Todopoderoso. Descubrimos la grandeza de nuestra fe cuando cerramos nuestros ojos y en silencio nos convencemos de que Dios nos acompaña y se manifiesta a lo largo de nuestras vidas. No podemos dejar de rogar, no podemos dejar de pedir, no podemos dejar de clamar a Dios para que atienda nuestras súplicas y nos regale el consuelo que tanto anhelamos. La fe requiere de paciencia y de constancia, de dejarnos llevar por la voluntad de Dios. Seguramente nuestra fe pasará por etapas de cuestionamiento, de duda, de miedo y de abatimiento, sin embargo debemos continuar adelante, siempre con la ayuda de Nuestro buen Dios y de nuestro Señor y Salvador, Jesús.

ORA:

Amado Jesús, elevo mis ojos al cielo para que escuches mi súplica y para que pueda sentir tu presencia sanadora en mi vida. Te pido que transformes mi fe y me des la capacidad de incorporarte en todas mis palabras, pensamientos y acciones. ¡Qué tu fe me sostenga y me lleve a aceptar lo que tienes preparado para mí! Confío en ti, Señor. Amén



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