Devocional para hoy, Junio 1
El Gran Maestro
Para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Juan 18:37.
Cristo fue el mayor Maestro que el mundo conoció jamás. Vino a esta
tierra para difundir los brillantes rayos de la verdad, a fin de que los
hombres pudiesen adquirir idoneidad para el cielo. “Para esto he venido
al mundo—declaró—, para dar testimonio a la verdad” Juan 18:37. Vino para revelar el carácter del Padre, a fin de que los hombres pudiesen ser inducidos a adorarle en espíritu y en verdad.
El cielo sabía que el hombre necesitaba un maestro divino. La compasión
y simpatía de Dios se despertaron en favor de los seres humanos, caídos
y atados al carro de Satanás; y cuando llegó la plenitud del tiempo, él
envió a su Hijo. El que había sido señalado en los concilios del cielo,
vino a esta tierra como instructor del hombre. La rica benevolencia de
Dios lo dio a nuestro mundo; y para satisfacer las necesidades de la
naturaleza humana, se revistió de humanidad. Para asombro de la hueste
celestial, el Verbo eterno vino a este mundo como un niño impotente.
Plenamente preparado, dejó los atrios celestiales y se alió
misteriosamente con los seres humanos caídos. “Y aquel Verbo fue hecho
carne, y habitó entre nosotros” Juan 1:14.
Cuando Cristo dejó su
alto comando, podría haber tomado sobre sí cualquier condición de la
vida que hubiese querido. Pero la grandeza y la jerarquía no
representaban nada para él, y eligió el modo de vivir más humilde. No
había de gozar de lujos, comodidades, ni complacencia propia. La verdad
de origen celestial había de ser su tema; tenía que sembrarla en el
mundo, y vivió de tal manera que era accesible para todos.
El que,
durante su infancia, Cristo hubiese de crecer en sabiduría y favor con
Dios y los hombres, no era asunto de asombro; porque estaba de acuerdo
con las leyes de su promulgación divina que sus talentos se
desarrollasen y se fortaleciesen sus facultades. No procuró educarse en
las escuelas de los rabinos; porque Dios era su instructor. A medida que
adquiría edad, crecía en sabiduría. Se aplicaba diligentemente al
estudio de las Escrituras; porque sabía que estaban llenas de
instrucción inestimable. Fue fiel en el cumplimiento de sus deberes
domésticos; y en vez de pasar en el lecho las primeras horas de la
mañana, se le hallaba a menudo en un lugar retraído, escudriñando las
Escrituras y orando a su Padre celestial.
Le eran familiares todas
las profecías concernientes a su obra y mediación, y especialmente las
que se referían a su humillación, expiación e intercesión. Tenía siempre
presente el objeto de su vida en la tierra, y se regocijaba al pensar
que el misericordioso propósito del Señor había de prosperar en sus
manos...
Sus palabras reconfortaban y bendecían a los que anhelaban la paz que él solo podía dar.
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